Me honro de la taberna y de los poseedores de la visión ahí reunidos,
libres sus almas de ambos mundos.
En ese reino de la no-existencia, no hay seco ni húmedo,
no hay estéril ni fértil.
En ese círculo de la fidelidad, no hay camino para el “yo” o para el “tú”,
muy pequeño es ahí el recuerdo de ambos mundos.
Con el “yo” y con el “tú” surgen los pensamientos y el temor al peligro,
donde no hay “tú” ni “yo”, no hay ya peligro alguno.
Lo que hay de bueno o malo en este mundo es fruto de tu bien y de tu mal,
si te transformas en el bien, ya no caben ahí bueno ni malo.
El defecto que encuentras en el mundo es tu propio defecto,
porque en él sólo hay hermosura y pureza reveladas.
La falsedad eres tú mismo rechazando a los otros,
¿cómo podría haber acogida o rechazo en la taberna?
Tu propia inteligencia no es virtud, sino un juego de tu imaginación,
el erudito y su elocuencia no tienen ahí valor.
Del anonadamiento, la humildad y el autodesprecio de los libres
cantan los compañeros vestidos con corona y cinturón real.
En el tratado de la Unicidad sólo leen la página que corresponde a la Verdad,
la ciencia de las letras no tiene ahí beneficio.
Si no borras la imagen de ti mismo, tanto en tu corazón como en tu alma,
no te molestes en viajar a la taberna.
Ahí no hay nada, salvo la luz, el rostro y los ojos de Dios,
no hay apariencia de otro ser que Dios.
Ése es el lugar donde el hombre y el mundo,
perplejos y sumisos, arrojan sus escudos.
El halcón de la mente no tiene fuerza ahí para volar;
no puede abrir sus alas ningún pájaro, si no es el del amor.
No hay nombre, huella, hábito o camino,
no se distingue al guía del viajero.
La eternidad, su antes, su después,
son ahí un instante, desde su inicio hasta su fin.
Ofrecer la cabeza, perder la vida, hacerse añicos
es ahí valorado: la nobleza, el valor y la realización.
El que es vagabundo de Dios encuentra ahí reposo y estabilidad,
el que por Dios perdió su casa, no se encuentra ahí perdido un solo instante.
Esa existencia irreal que es la desgracia de “tú” y “yo”
se volvió en la taberna más irreal que cualquier fantasía.
El anonadamiento de esa gente es la esencia de su mutuo afecto,
su desnudez y su despojo son su fruto y su hoja.
En su césped no crece sino la flor de la Unicidad,
excepto la palmera del amor, no hay frutal alguno.
Aunque los que ahí residen han perdido los pies y la cabeza,
no todos los privados de pies y de cabeza pueden guiar sus pasos hasta ahí.
Hasta que no malgastes el capital de tu existencia,
no te darán ahí valor alguno.
Al no existir conciencia de sí mismo, no hay necesidad de alivio alguno,
al no haber picadura, no hay necesidad de extraer el veneno.
Debes pagar su precio con el “yo” y con el “tú”,
pues ahí no venden nada a cambio de oro o plata.
¿Dónde está el apenado que merezca su cura?
¿Dónde el necesitado dispuesto a conseguir su donosura?
Está más lejos de cualquier pensamiento
y fuera del alcance de la flecha de tu fantasía.
Tu pensamiento hizo aparecer las líneas y las formas,
pero ahí, donde no existes, toda imagen se borra.
Hay un único Ser, libre de todo ruego,
suspiros y lamentos del alba no descubren ningún camino ahí.
Su sagrado santuario libre está de ascetismos y de hipocresías,
cien años de ferviente devoción se perderán ahí.
¿Dónde están los amados y los enamorados para hablarles del vino?
Ahí no hay flauta ni flautista, sino caña de azúcar.
¿Dónde están las palabras que rugen como el trueno?
¿Dónde los ojos que derraman perlas?
Toda inquietud, toda malicia, son fruto de la inmadurez y de la imperfección,
al no existir la imperfección ahí, no hay inquietud y no hay malicia.
Del nombre de “tú” y “yo” no hay rastro alguno ahí,
no hay ser alguno ahí, salvo el Aliento de la Vida.
No hay interlocutor y no hay oyente, no hay Moisés ni Sinaí,
“Soy la Verdad”, se oye gritar ahí en cada árbol.
Si no dejas el “cómo” y el “porqué”, no hallarás tu camino,
pues ahí no “otorgan luz” a cualquier ciego.
Toda nuestra esperanza es que, algún día,
por gracia de los pasos del amor, descanse ahí nuestra cabeza.