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Toda mi vida fui corriendo, inquieto, en cualquier dirección.
Como el brillo fugaz de una mirada, de tus ojos salté.
Perplejo, me agarré a tu pelo,
pero no vi respuesta a mis deseos, salvo días oscuros.
No dijiste: aquí yace el abatido por mi causa,
no me miraste, no me diste buenas nuevas.
Me vendiste por nada, ¡oh Tú!, que eres riqueza de la vida,
desde que te compré, me olvidé de mí mismo.
¿Te olvidaste de mí? Yo no puedo creerlo,
porque, en el fondo de mi desesperanza, Tú eres mi esperanza.
Recuerdo haber oído de Nurbakhsh estas palabras,
que cantaba alejándose, mientras yo le escuchaba:
“Yo soy feliz, porque olvidando aquella fábula
de mi propia existencia, le conocí a Él”.
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