Nosotros remediamos la pena del amor con sólo una mirada
y en el crisol de la pureza transmutamos el cobre del corazón en oro.
Todo cuanto teníamos lo dimos como ofrenda por la ternura del Amigo,
abandonando toda presunción en el santuario de la fidelidad.
Si nos dejaron penetrar en taberna,
¿por qué caemos en las redes del asceta engreído?
Si en los oídos de nuestro corazón suena continuamente la tonada: “¿No soy Yo...?”,
¿cómo podemos escuchar las cantinelas del predicador?
Desde el instante en que el anciano del fuego sagrado se hizo nuestro guía,
a él le seguimos en la senda y en la tradición del amor.
Toda una vida hemos permanecido en el umbral de la ternura,
abandona tu “yo” y ven a recibir el saludo de la pureza.
¡Oh Nurbakhsh! Los querubines fueron a la taberna, proclamando:
“El servicio que hacemos aquí es grato a Dios”.